La la land…
Ciudad de las estrellas, ¿sólo brillas para mí?, ciudad de las estrellas, hay tanto que no puedo ver, ciudad de las estrellas, lo sentí la primera vez que te vi, ciudad de las estrellas, solo hay una cosa que todos buscan, ciudad de las estrellas, una mirada, un gesto, un baile, ciudad de las estrellas, ese latido de mi corazón, ciudad de las estrellas, creo que quiero que se quede.
El sol se pone en el cielo de Los Ángeles, las luces se encienden en una ciudad inhumana, que no perdona y te arrastra entre muros de hormigón y sueños rotos, y Mia, una camarera tan soñadora como frustrada, se quita sus agotadores tacones de fiesta y saca sus zapatos de caminar. Curiosamente, y sin justificación ninguna, esos zapatos van a juego con los zapatos de tocar el piano de Sebastian, músico obsesivo, terco y a veces, equivocado. Y entonces, bailan. A dúo. Y juegan. No, ni Emma Stone ni Ryan Gosling están en la pantalla para enseñarnos claqué ni tampoco van a ganar un festival de la canción. Pero nos da igual. Dos personas en un parque comienzan a cantar y bailar impecablemente acompasados. Es perfecto. Es un prodigio. Apenas han transcurrido veinte minutos y nosotros decidimos que queremos volver a ver esta película.
Para las interminables horas detrás de la barra de la cafetería dónde trabaja Mía, estos mocasines con la plantilla acolchada y con el herraje luminoso dorado, le irían de cine a sus pies.
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Para nuestro obsesivo Seb, estos zapatos le darán ese toque de comodidad que necesita para comprender que lo importante está más cerca de lo que a veces pensamos.
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De todo nos olvidamos durante los 120 minutos que dura la película y sólo asistimos al universo de estrellas centelleantes que nos embriagan y nos deslumbran sin parar, en uno de los interminables atascos de la ciudad, en el muelle que mira al Pacífico con sueños por cumplir o en una pequeña salita con un piano y dos miradas que se entrelazan entre acordes sinceros.
Entonces comprendemos, o igual, recordamos, que la vida es una cadena de renuncias para alcanzar nuestros logros, o es, quizás, una cadena de renuncias de nuestros logros para alcanzar las caricias, esas caricias que todos esperamos conseguir en algún momento de nuestra vida. Todos queremos experimentar ese instante mágico en el que rozas tu mano contra la mano de la otra persona por primera vez.
La la land, ella me lo dijo. Lo oigo todos los días. Un mundo tecnicolor hecho de música y máquina. Me llamó estar en esa pantalla .Y vivir dentro de cada escena. Podría ser valiente o simplemente loco…
Un poco de locura es clave, para darnos nuevos colores para ver, ¿quién sabe dónde nos llevará?
Comments (2)
Con unos zapatos tan comodos y de tanta calidad se puede bailar,recorrer largos caminos y mas,y a ese precio invita a comprobarlo!!!
Muchas gracias por el comentario Carlos, nos vemos bien calzados delante de la gran pantalla!!!